Después de muchos años identificándonos con nuestra identidad personal, a la que llamamos «yo»,, gracias a la psicología del siglo pasado, descubrimos que ésta era una construcción social, emocional y somática.
¿Qué nos sucede a aquellos que nos sumergimos en la exploración de nuestro ser para mejorarlo, cambiarlo, sanarlo? ¡Sorpresa! Resulta que no encontramos un núcleo sólido del yo para adornarlo y cumplir con nuestra vida.
Así como la ciencia física buscaba el ladrillo fundamental y descubría un océano indefinido y colosal de energía, así ocurre con lo humano. En nuestra búsqueda del yo, nos encontramos con una energía pulsante e inteligente que da forma y juega a un yo, que cristaliza esa posibilidad y la realiza físicamente.
Para hacerlo sencillo, hablar de energía es hablar de información. La información se convierte así, en el camino para conocer cómo se nos revelan capas y dimensiones más profundas de nosotros mismos.
Esta información se manifiesta en nuestros pensamientos y emociones y se entrelaza con la bioenergía que rodea y habita en nuestro interior haciendose físico en nuestro propio cuerpo, así como en aquello que nos rodea..
Esta información afecta no solo pues a nuestro interior, sino también a nuestro entorno.
Ser conscientes de este proceso es una gran oportunidad para dejar de ser meros actores de nuestra existencia y convertirnos en guionistas y directores, que participan en la creación de lo que hasta ahora llamamos «realidad física», pero que comienza a revelarse como el reflejo final y concreto de todos estos campos que hemos explorado.
A través de tradiciones como la cábala y el taoísmo, podemos comprender mejor este proceso, viendo cómo los llamados descubrimientos modernos son simplemente una expresión de la nueva espiral en esta aventura humana.