Esta expresión, «Te quiero», resuena en incontables momentos de nuestras vidas. Somos seres eminentemente vinculares, y nuestras relaciones son el tejido mismo de nuestra existencia.
Desde el primer vínculo con nuestros padres, que nos moldea desde el nacimiento, hasta las amistades que formamos en la infancia, cada conexión nos ayuda a forjar nuestra identidad y a comprender el mundo que nos rodea.
A medida que crecemos, exploramos vínculos más profundos, tanto afectivos como sexuales, que nos permiten descubrir nuevas facetas de nosotros mismos y de la vida.
Para algunos, el vínculo más desinteresado y gratificante será el de ser padres o abuelos, una experiencia que trasciende el amor propio y se extiende hacia las generaciones futuras.
Y para aquellos que buscan un significado más profundo, existe el vínculo con lo trascendental, una conexión que nos lleva más allá de nuestra existencia terrenal y nos permite descubrir nuevos aspectos de nuestro ser.
¡Qué diferentes texturas tiene la misma expresión, ¡te quiero! según el vínculo! ¡Cuánta riqueza habita en nuestro interior!
En última instancia, todas estas relaciones nos recuerdan que somos seres interdependientes, que la idea de estar solos y separados es una ilusión de la que tarde o temprano estamos convocados a despertar.
Gracias por acompañarme en la lectura de este artículo. ¡Te quiero!